martes, 6 de diciembre de 2011

Palabras sobre un gol de oro...

…Y no hablo precisamente del segundo gol de Diego a los ingleses en México 86, que ese más que inolvidable fue eterno, extraterrenal por todo lo que significo en su momento a cuatro años de la guerra de Malvinas y lo que aun sigue significando hoy en día considerado el mejor gol de los mundiales. Un gol que llevaba 30.000.000 de almas en el pecho inflado, una carrera que significo la locura de un país entero y porque no la del mundo también y a su vez, fue como una bomba que exploto en el culo de la Tatcher y de todos los ingleses, un gol que vengo una guerra y que valió mas que todas las armas y las conquistas del ejercito ingles.
No, no, yo habo de este otro, uno que si bien ocurrió en uno de los baldíos mas desnivelados y remotos del norte chaqueño, no tiene nada que envidiarle a aquel otro por su arte y belleza, porque hasta incluso a mi parecer fue mejor.
La estampa del mono, si bien es zurdo, no tiene nada que ver con la del Diego, el marco en si era muy diferente claro, pero esa tarde el mono estaba inspirado y esbozo una de sus piruetas mas increíbles de las tantas que nos tenia acostumbrado.
La pelota salio de las manos del arquero a sus pies, arranco bien desde el fondo cerca del área grande de su portero sobre el lado izquierdo, la llevo pegada a la suela de la zapatilla porque jamás jugaba con botines normalmente eran pocos los que lo llevaban e incluso había mas de uno descalzo, sin nada en los pies. Y eso que te podías encontrar restos de vidrio, espinas etc. a los laterales de la cancha, de un lado estaba el canal, del otro los viñas así que por norma estaba totalmente prohibido tirar la pelota a cualquier parte, porque si bien se iba al agua, con la tierra el balón era una bola de barro y pesaba 2 o 3 veces más, o sobre los vinales donde siempre terminaba clavada en una espina y por ende, se acababa el juego, ya que con suerte teníamos una sola pelota.
Ni bien arrancó, se quitó uno de encima con un buen movimiento de cintura y continuó hacia adelante, la pisó, tiró un caño de esos que ocurren tan rápido que no te das ni cuenta y el rival se quiere morir. Siguió su marcha triunfal, un amague aquí otro allá, un control del balón envidiable, dos más en el camino, un quinto, un sexto, no había como pararlo. En ese momento era evidente que el mono no pasaría la pelota, ni falta le hacia. Y ojo que no era un comilón, el típico comilón que siempre intenta lo mismo, nunca da un pase y siempre la termina perdiéndola, porque el mono siempre intentaba jugarla y jugarla bien y te metía unos pases que te dejaba de cara, solito frente al arquero para que metas el gol.
Un jugador distinto, calidad, clase y elegancia, no le faltaba nada, una mezcla entre el juego antiguo y el moderno capaz de deslumbrar en cualquier campo, o en cualquier potrero.
Se había quitado a casi todos los rivales de encima, algunos hasta dos veces inclusive, llego el punto en que el juego se convirtió en otra cosa, en un todos contra el mono a ver si alguien podía quitarle la pelota de algún modo, imposible, siguió y cuando solo le quedaba el arquero, al final de concluir su maratónico despliegue de talento, y como para que no quedaran dudas y ponerle el broche de oro a la jornada, como cuando se le da las ultimas pinceladas a una obra de arte, el arquero dio unos cuantos pasos hacia adelante como para achicarle el ángulo con los brazos abiertos, el mono en la carrera y como venia le hizo una bicicleta en un sombrero memorable, exquisito, perfecto sobre la cabeza del mismo y lo dejo como hombre mirando al sudeste, le dio la vuelta y la bajo sobre la raya sin que la pelota tocara el piso y con un toque suave convirtió el gol inolvidable, el mas magistral que yo vi y que vimos todos los que esa tarde fuimos a la canchita.




Fabián González, el chaqueño.

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