viernes, 13 de julio de 2012

Mi amigo Coppery Boy...


Me levanté con un poco de fresquete… pero es un poco nada más.
Algunos amargos van a eliminar el frío del agua tras lavarme la cara y la ventana pintándose de amarilla por el beso del sol, también.
Me gustan mis mañanas. Empezar el día en mi casa, mientras voy construyendo los primeros pensamientos, es ir ganándome el respeto del amanecer.
Las horas entran despacio a mi cama y me anuncian con la naturaleza que me tengo que levantar y acompañarlas hasta que la tarde tome su lugar.
Supe alguna vez responder por quien me hablaba en el alba, como también supe alguna vez silenciar por quien decidió callar.
Armo la paciencia diaria a medida que se me ocurre ver la hora… debería guardar ese reloj.
Espero cada palabra por decir y me certifico con sonrisas, miradas cómplices y el pucho como punto final. Hay cenizas sobre la mesa y manchas en mi libro predilecto… Caminar el día temprano es como acariciar las teclas de un piano… musicaliza mi respiración.
En la media tarde, cuando hay calma afuera, me mimetizo en ella, y si es por quilombo urbano, me abrumo en sigilo literario, notas de audición obligatoria, y la comodidad del almohadón hogareño… faltaría alguna mascota para acariciar.
La transición de mi día es como un preludio parsimonioso: Conozco los ruidos del hogar y ellos responden a mis pasos en silencio con la quietud de quien mira consumirse una vela. Augurio matutino… y eso que duermo poco. Pero duermo bien.
No me gusta pensar en la noche cuando me levanto porque falta mucho para su manto… la ventana me avisa de su llegada a medida que se va despintando.
Cuando las sombras comienzan a estirarse por la huída del sol, es el momento de acercarme y observar a través del vidrio como el mundo cambia y la calidez de mi día sigue intacta dentro de este refugio.
Absoluta armonía que sólo es compatible afuera si la lluvia pide permiso.
Ya con la noche, si vuelvo o no, me despreocupa… me gustan mis mañanas…




                                            
                                                                                                        Horacio Verwhisky
                                                                                                          Foto: Adri Gonzalez

lunes, 2 de julio de 2012

Me sigue la canción de un muerto...


...que me hace preguntar si alguna vez, cuando ya no esté, la voz me acompañará.
Me siento donde sea y me sigue la canción de un muerto. Triste como la sensación de una ausencia, profunda como la lágrima de un niño solo.
Mi mamá me mira siempre, y en la espalda siento la palmada de mi viejo. Camino y me sigue la canción de un muerto.
Entre mis hermanos paso y todos me acompañan cuando yo también los acompaño. Porque me dieron sonrisas, piernas y brazos, y me preguntan cómo estoy.
Y llego al árbol donde me obligo a trepar, una vez más, y puedo ver la altura en la que te elijo. Me gusta como miras, me gusta tu sonrisa. Pero me sigue la canción de un muerto. ¿Quién será ese muerto? ¿Por qué lo sienten tanto? El día que se me muera un amigo le voy a cantar, y le voy a regalar mi voz para que se la lleve… ¿y si soy yo quien se vaya primero?... cántenme…

                                                                                                         Horacio Verwhisky.



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