jueves, 25 de agosto de 2011

SOMOSpositivamentePESIMISTAS

Si nos hundimos un rato en el más contaminante pesimismo, podemos afirmar que la negatividad, el desprecio y el rechazo tienen un poder mucho más influenciable que todo lo que venga de lo que se llama lado bueno. Hablar del mal es más atractivo que predicar el bien. “Día tras día, el amor se torna gris como la piel de un moribundo”[*] gloria de palabras desprendidas del desamor que lejos están de compararse con cualquier actitud pro belleza. La atracción pesimista penetra con mayor facilidad que cualquier vestigio de autoayuda.
Somos antihéroes por naturaleza, somos mierda con buen gusto. Somos positivamente pesimistas, amamos leer a los poetas "malditos". Adoramos la decadencia del hombre como una concepción del arte. Abrazamos a William Munny y a Bukowski, acompañamos la soledad helada de Jack London y besamos su repudio a la high society de cualquier siglo.
Desvanecernos dentro del canto a la vida es algo que nos incomoda… reconocemos que son pocos los hombres pasantes de este mundo que nos han salpicado con algo de envidia hacia su facilidad de admirar el lado bueno. Leemos a Whitman, su canto a sí mismo es saciable desde un costado respetable, pero admitimos que empalaga tanto amor a las hierbas y todo lo que se encuentra sobre ella. Pero es el padre de Morrison, seríamos desleales no reconocerlo. Luis Alberto nos nutre de dolor y nos hace pensar con su cabizbaja armonía, pero lo cierto es que ni el verdugo pudo con sus ojos, y necesitó vendarlos**. Cantamos para que locos estén muy bien y nos cantan insanos, solitarios, vagabundos, desalmados, dolidos, desenamorados, lùmpenes. A veces nos devuelven lo que no tenemos. Nos gusta la flor que crece en un pantano y caminamos sin paraguas bajo la lluvia. Somos de barro, no hay que con darle. Nadamos en el mar muerto, pero nos reímos a carcajadas cuando nos juntamos.



                                                                                                    Horacio Verwhisky.

[*] Roger Waters, One of my turns; Pink Floyd The Wall (1979)
[**] Marisa Wagner. Los montes de la loca. Ediciones Baobab. 2000. Bs As.

martes, 16 de agosto de 2011

Mi end...

Un rayo cae y parte al mundo en dos
La maratón comienza…
Y una sinfonía de luces destruye cada parte de la tierra
De un lado quedan los descorazonados
Del otro los olvidados
Aquellos que fueron felices dejaron de existir
Y en los límites de la miseria el odio dominó el paisaje
A partir de ese día el amor desapareció
Los unos se miraban entre sí y competían por ocultar su corazón
Los otros ni siquiera usaban sus ojos, no querían acordarse del que estaba al lado
Los días fueron siendo así un mapa de la incomprensión, cubiertos con un humo denso que mezclaba la lluvia triste y pesada que caía sin parar con la desazón de quienes arrodillados, ya no podían rezar, sepultando al lenguaje.
Una pesada atmósfera cubrió el tiempo
Y en los espacios de cada rincón sólo se escuchaba el tronar de los rayos y las gotas golpeando a cada miserable cuerpo.
En medio de la decadencia un hombre se transforma en niño y llora
Descorazonado; no por su odio
La inocencia del poco tiempo vivido no se ganó enemigos
Olvidado, no por su memoria, es que nadie le dio un pasado
Su llanto es desgarrador
El ser humano no hace más que ignorar
El niño grita y no para
La lluvia lo golpea
Y en las lejanías del mundo gris hay una mujer que busca el olvido para acordarse de su amor
Circula y circula y no hace otra cosa que caer en su búsqueda
Y el niño sigue bajo las lágrimas
La tierra ya no existe aunque el tiempo ejerce su dominio
La mujer, odiada, olvidada pero no derrotada, enfrenta el pasado para romper la historia y aniquilar al dios reinante
Cae, sigue cayendo y ese niño, herido en sus ojos, contaminado por la indiferencia y acariciado por la nada no deja de esperar…
No llora en vano, la inocencia del poco tiempo vivido no sabe que es eso
La vida se desangra y los muertos se acumulan
Se desploman, no se lamentan, solo caen y dejan de existir
La tierra de los olvidados no es otra cosa que un lagrimeo del tiempo
Y del lado del odio nada importa
En la desolada marcha, ella conoce los errores de la humanidad
La ausencia de algo y omnipresencia de lo que no debería estar
Y ante el posible abandono de su lucha, el olvido en ella termina
Y el niño triste aparece en sus ojos
Ambos unieron sus caminos tal como aquél rayo separo al mundo
Los ojos de la mujer son como el cielo y en el pecho del hombre (ya no un niño) su corazón comenzó a latir.
Ningún lamento vulgar destruye lo sentido, ningún mundo en agonía mata lo que está en el corazón.
La lluvia no nos alcanza.


                                                                                                    Vewhisky.


viernes, 12 de agosto de 2011

Francisco Solano López 1928 - 2011

Todo se me aclaraba. Desde la reticencia y el extraño comportamiento de Favalli, hasta el monstruoso instrumento aquel, concebido quién sabe por qué cerebro extra terrestre.
Y también se me aclaró el tremendo peligro que estaba corriendo. Como una oveja, me había dejado capturar. Me estaba dejando llevar, si no al matadero, al lugar donde yo también pronto sería uno más entre tantos, un hombre robot como Favalli, como Volpi, como Galíndez... Otra vez sentí una mano en el hombro. Volpi, de nuevo, me empujaba hacia adelante. Volvía a ordenarme:-¡Vamos!Ni lo pensé: di un salto hacia atrás y doblado en dos me zambullí de cabeza entre las colas de zorro. Sentí que las hojas me tajeaban las manos, el rostro, pero seguí corriendo.La descarga de una metralleta y después ruido de malezas: Volpi y Galíndez, y quizá alguno más, me perseguían.Seguí corriendo, cayendo a veces, enredado por las cortaderas, levantándome en seguida, cambiando de rumbo como un conejo acosado por perros... Hasta que di con el pie en un tronco y caí de bruces, golpeándome con fuerza contra el suelo. Sin aliento, quedé quieto un largo rato.No más tiros. Pero sí ruido de malezas acercándose. Presté atención. El ruido no era tanto, después de todo..."Son dos, no más... Deben ser Volpi y Galíndez. Si sigo corriendo terminarán por cazarme. Mejor los espero. Si pudiera quitarle a alguno la metralleta..."Me acurruqué contra el tronco. Esperé.Sí, eran sólo dos. Ahora podía distinguir bien los ruidos en el pastizal.Y ya uno estuvo cerca; y ya se abrieron las cortaderas; y ya vi aparecer el rostro ensangrentado de Galíndez. Venía furioso, rechinando los dientes, como torturado por atroz desesperación. ¡Quién sabe qué latigazos estaba recibiendo para que me capturara!Pero también yo estaba desesperado.Me le abalancé, lo choqué de costado, le di con la frente en un lado de la cabeza y lo tumbé. Caí sobre él. Me repuse primero. Le manoteé la metralleta. Se la quité.Una ráfaga.Quedó quieto, como clavado contra el suelo...Salté a un lado. Esperé. La metralleta lista...Se abrió otra vez el pastizal. Apareció el rostro de Volpi, los ojos desorbitados. Vio a Galíndez. Trató de buscarme... Pero yo ya estaba apretando el disparador. La ráfaga le dio en el cuerpo. Giró algo hacia atrás y se derrumbó.En seguida estuve a su lado. Le quité la ametralladora; me la eché a la espalda; le saqué los cargadores del bolsillo y corrí escapando por entre el pastizal y los sauces...No fui lejos. Allí, en el claro donde bajáramos, estalla el helicóptero, con Favalli, desconcertado, mirando en mi dirección. Lo habían alarmado, sin duda, los disparos.Debió verme, porque de pronto tiró la herramienta que tenía en la mano y, con agilidad que nunca le imaginé, se metió en el helicóptero. Y antes de que yo atinara a nada, ya tenía la hélice mayor en marcha. Ya empezaba a ganar altura."¿Le tiro? No me sería difícil cazarlo. No puedo errarle desde aquí... Pero..."Antes de que terminara de decidirme, ocurrió lo impensado. Quizá por error de maniobra, quizá porque el motor de cola todavía andaba mal, el helicóptero no terminó de rebasarlas copas de los árboles, se desplazó a un lado, tocó unas ramas, se ladeó y volvió a tocar el suelo...No había terminado aún de asentarse cuando ya Favalli saltaba a tierra, ya se me venía a toda carrera como si hubiera recibido órdenes de capturarme de cualquier modo, sin medir los riesgos."Viene desarmado. Quizá pueda dominarlo sin tener que herirlo. "Dejé a un lado las metralletas. Me agaché porque ya se me abalanzaba.Más pesado que yo, con mucha más fuerza, me castigó al cuerpo con golpes abiertos, me empujó y me tiró de un rodillazo.Me dejé rodar, me incorporé y eludí una nueva embestida. Lo golpeé de izquierda, de derecha... "Pelea mal; demasiado desesperado... No se cuida, sólo piensa en aplastarme...No es difícil derrotar a un adversario así, aunque sea mucho más pesado... "Contragolpeé al cuerpo, al rostro, al cuerpo, eludiendo sin dificultad sus tremendos manotazos y pude apuntar con comodidad un neto directo a la mandíbula. El golpe llegó justo y se derrumbó. "¡Por fin!... Lo cargaré y me lo llevaré..." Busqué las metralletas, me las puse a la espalda, volví... Pero Favalli no estaba "knock-out": se puso de pie de un salto en sorpresiva reacción y echó a correr a toda velocidad hacia el helicóptero.Desconcertado, tardé en reaccionar mientras ya estaba Favalli en el helicóptero, ya lo volvía a poner en marcha, ya remontaba vuelo otra vez...No volvió a chocar. Hizo una breve evolución y hubo un centello en la cabina: chicotazos a mi alrededor. 


Comprendí que me estaba ametrallando. Salté a un lado, me escabullí entre los sauces, corrí a todo lo que me daban las piernas.Allí estaba el río. Juncos, más sauces, pero ningún lugar bueno como para protegerme.El motor del helicóptero aturdiéndome; casi no oía las ráfagas de la metralleta, pero seguro que me disparaba... Por fin, un tronco algo más grueso: me acurruqué contra él, sentí los proyectiles golpeando rabiosos..."Imposible seguir... Me cazará de un modo u otro... Debo defenderme..."El helicóptero me pasó encima, viró, siempre a muy baja altura. Buscaba una posición más favorable... Dejé el tronco, en un par de saltos estuve en otro pastizal junto a un sauce.Me encaramé al horcón y afirmé la metralleta contra una rama.Favalli me había perdido de vista, todavía me buscaba en torno al tronco anterior y pude apuntarle con calma. No disparé contra él sino contra el tanque de combustible...El helicóptero vaciló, algo humeó en el costado, una explosión sorda, llamas...Una caída oblicua, un ruido violento, una llamarada, una gran humareda. Corrí con el espanto atenazándome el pecho: no había pensado lograr tamaño efecto...Un pequeño bulbo, arriba de la oreja.Aparté el cabello, localicé un pequeño objeto metálico, algo muy parecido al dial de una radio...Busqué en el otro lado de la cabeza. Encontré otro objeto igual."Han perfeccionado el dispositivo de telecomando: ya no necesitan los aparatos tan grandes y visibles, esos que injertaban al principio de la nuca de los prisioneros capturados para convertirlos en hombres robots. O, quizá, Favalli es ya un hombre robot de categoría superior y puede ser manejado por un dispositivo más simple, más pequeño..."Favalli resopló, movió la cabeza de un lado al otro, manoteó con el brazo izquierdo."Está volviendo en sí. Tendría que golpearlo otra vez..."Pensé en la reciente lucha. Pegarle a Favalli había sido lo mismo que pegarme a mí mismo. Y ahora, si reaccionaba, volveríamos a combatir. Y él no escatimaría esfuerzos para vencerme. Más que para vencerme, para matarme... Porque ésa era, no había por qué dudarlo, la orden que le habían impartido: matarme apenas me encontrara."Le arrancaré 'los botones' con que lo manejan... Pero... ¿y si le hago un daño irreparable?¿Y si lo mato al arrancárselos? Pero, si no se los arranco, Favalli seguirá siendo un hombre robot. Es decir, práctica¬mente un muerto. O peor que un muerto, porque seguiría sirviendo a los Ellos, seguiría luchando contra su propia especie, seguiría traicionando a los hombres. Seguiría asesinando. Incluso a mí..."Me decidí.Tomé los dos "botones" y tiré con fuerza hacia los lados. No cedieron, pero el cuerpo todo de Favalli se sacudió, como si hubiese recibido un golpe eléctrico. Abrió los ojos; la sacudida lo hacía reaccionar.Parpadeó, miró sin verme, pero pronto estaría totalmente recuperado. Un momento más y estaríamos de nuevo trenzados en lucha.Volví a tirar de los "botones", ahora con toda la fuerza de que era capaz.Un quejido ronco y los "botones" se desprendieron. Un temblor espasmódico recorrió el cuerpo de mi amigo.Pero al instante siguiente Favalli estaba exánime, los ojos se le cerraban y entreabría la boca.-¡Lo maté! -grité espantado.Pero no; en seguida la respiración se le hizo regular, las facciones se le distendieron, una curiosa paz, casi una sonrisa, le calmó el rostro."Duerme..."Respiré aliviado. Lo había hecho.


Parte de El Eternauta

Textos:  Héctor Germán Oesterheld 
Dibujos: Francisco Solano López

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