viernes, 12 de julio de 2013

Reo

Nunca pensé en agachar la cabeza en un lugar como este,  así que entre mirando el techo. Se estiraba alto, igual que mi cuello. No entendía qué pasaba, pero sí sabía que lo merecía.
A lo lejos, vislumbraba una pequeña ventana redonda que se hacía rogar, y a medida que yo avanzaba, su forma no se animaba a hacerme frente, parecía disminuírse metro a metro, como si estuviese viva. Se escondía, me dejaba. Creo que me juzgaba. Me negaba el escape.
Volví a toparme con aquel buen hombre amorfo y sin rostro que siempre se dedicó a impedirme compañia. Le gustaba verme solo, solitario. Yo lo imaginaba siempre vestido de negro. Hacía mucho que no se me cruzaba, y en el momento más indicado, me estrecho la mano. Cuando aparecía algo o alguien que me entregara tranquilidad, este muchacho, invisible, pero con voz firme, rezaba para que la unión que me dominaba, desaparezca, y vuelva, yo, a caminar entre las almas con sólo dos piernas, a observar con sólo dos ojos, a palpar con sólo dos manos dentro de cuatro paredes.
Ya viviéndo en este encierro, he vuelto a mirarme los pies. Bajé la vista del techo, y atravesé los pocos metros con las pupilas para entender que hasta este preciso minuto, siempre estuvo latente la posibilidad de volver a escuchar mis cuestionamientos, pero sin otra persona que sepa responder. Y es aterrador, porque no tengo respuestas. 
Son tantas las preguntas, que esa debió ser mi condena, la duda, mas no esta cárcel.
Se hace duro el espacio sin sonidos, sin música y sin voces.
En contrapartida, me devuelven los ruidos de puertas de metal cerrándose, u ocasionalmente, un lluvia lejana que alimenta un poco más mi imaginación. Quisiera verme en un espejo.
No hay ni un poema escrito que explique este ser. La ventana allá sigue, impoluta y no quiere crecer.
En fin. Se trata de otra aparición de la separación. Esa que divide al pensamiento, como si fuera una guillotina, y transforma el resto del cuerpo en un péndulo de carne y huesos. 
Por momentos olvido que es lo que extraño...


                                                                                                          Horacio Verwhisky.


                                                                                                               
                                                                                     

lunes, 11 de febrero de 2013

Interruptor...


Abrazo, en plena luz de la noche.
Con una voz con ojos, me miró y habló y me pidió armonía.
Y en el augurio de mi ascenso, entoné el mejor de mis graves para acompañar su romance sorpresivo. Pero sólo por un momento…

Rechazo, en plena luz del día.
Con una voz lejana apareció para frenar un entusiasmo confuso.
Pero en el augurio de mi posible caída, entoné el mayor de los agudos y resquebrajé mi garganta para romper la masa fría y convertirla en brisa y caricia arropadora. Pero sólo por un momento…

En tanto sostenga la nota, alguien abrirá las manos y desarmará el reloj de su intolerancia.

Volver sonriente a mi cara y pedirme otra canción. 

El cielo es mudo… y en su silencio, entiendo que rumbo tomar… pero sólo por un momento. 



H. Verwhisky.

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