viernes, 21 de enero de 2011

El 5º de ENero; CAsca-RitA: anthony KIEDIS. IntroduCCIÓN y PAR-te de su AUTO bi o graFIA.

Estoy sentado en el sofá de la sala de estar de mi casa en Hollywood Hills. Es un día de enero despejado y fresco, y desde mi posición, puedo ver la bonita extensión conocida como San Fernando Valley.
Cuando era más joven, me uní a la creencia convencional, compartida por cada uno que vivía en la parte de las colinas de Hollywood, de que el “Valley” era un lugar donde los perdedores que no pudieron triunfar en Hollywood venían a desaparecer. Cuanto más tiempo vivo aquí, más consigo apreciar el Valle como una parte conmovedora y más tranquila de la experiencia que es Los Ángeles. Ahora no puedo esperar a despertar y mirar fuera sobre estas majestuosas montañas alineadas cubiertas con nieve. Pero el timbre interrumpe mi ensueño. Unos pocos minutos más tarde, una bonita mujer joven entra en la sala de estar, trayendo un bolso de cuero, lo abre y comienza a sacar su equipo.
Termina su preparación, se pone sus guantes esterilizados de goma y entonces se sienta junto a mí en el sofá. Su larga y elegante jeringa de cristal está hecha a mano en
Italia.
Ésta conectada a una pieza de plástico con forma de spaghetti que contiene un pequeño microfiltro, así ninguna impureza pasará en mi torrente sanguíneo. La aguja es una completamente nueva y totalmente esterilizada con variante microfina de mariposa (sic).
Hoy mi amigo ha extraviado su torniquete normal médico, así que ella lleva su media
de red de pesca rosada y lo usa para atarlo a mi brazo derecho.
Ella frota mi vena expuesta con una esponja con alcohol, y entonces la penetra con la aguja. Mi sangre se vuelve rezumando en el delgado tubo, y ella lentamente mete el contenido de la jeringa en mi corriente sanguíneo.
Inmediatamente, siento el peso familiar en el centro de mi pecho, así que solo me tiro hacia atrás y me relajo.
Yo solía dejarla inyectarme cuatro veces en una sesión, pero ahora estoy abatido para dos jeringas llenas.
Después del primer pinchazo ella llena la jeringa nuevamente y me da un segundo pinchazo, retira la aguja, abre una esponja de algodón estéril, y aplica presión en mi pequeña herida durante al menos un minuto para evitar magullar o marcar sobre mis brazos.
Finalmente, ella coge un trocito de cinta médica y adjunta el algodón a mi brazo.
Entonces, nos sentamos y hablamos sobre la sobriedad.
Tres años antes, podría haber tenido heroína china blanca en esa jeringa. Durante años y años, llenaba jeringas y me las inyectaba con cocaína, speed, heroína negra, heroína persa, e incluso, a veces LSD. Pero hoy obtengo mis inyecciones de mi bella enfermera, cuyo nombre es Sat Hari. Y la sustancia que me inyecta en la sangre es ozono, un gas de olor maravilloso que ha sido utilizado legalmente en Europa durante años para tratar todo, desde accidentes cerebro-vasculares hasta el cáncer.
Estoy tomando ozono por vía intravenosa porque a lo largo del tiempo en algún lugar a lo largo de mi vida, contraje hepatitis C, causada por mi experimentación con las drogas.
Cuando descubrí que lo tenía, en algún momento en los inicios de los años 90, inmediatamente busqué algo para solucionar el problema y encontré un régimen herbal que limpiaría mi hígado, y erradicaría la hepatitis. Y eso funcionó. Mi doctor quedó impactado cuando mi segundo test de sangre dio negativo. Así que el ozono es un método preventivo para hacer que de seguro ese maldito virus de la hepatitis C permanezca lejos.
Eso tomó años y años de experiencia, introspección y perspicacia para ponerse al punto donde yo podría hundir una aguja en mi brazo para quitar toxinas de mi sistema a diferencia de la introducción de ellas.

Pero no lamento ninguno de mis jóvenes indiscreciones. Pasé la mayor parte de mi vida buscando por la inyección rápida y el estímulo intenso. Le pegué a las drogas bajo puentes de autopistas, con mexicanos traficantes y gastando cientos de dólares en suites
de hoteles. Ahora bebo agua vitaminada y busco salmón salvaje, en vez de salmón de piscifactoría.
Durante veinte años, he sido capaz de canalizar mi amor por la música y la escritura, e introducirme en la estela universal de creatividad y espiritualidad, mientras escribo y realizo nuestro propio guiso sónico con mis hermanos, tanto presentes como difuntos, en los Red Hot Chili Peppers.
Este es mi relato de estos tiempos, y también la historia de cómo un niño que nació en Grand Rapids, Michigan, emigró a Hollywood y encontró más de lo que el podía encontrar al final del arco iris.
Esta es mi historia.



Capitulo I


Yo, soy de Michigan


Había estado pegándole a la cocaína durante tres días con mi traficante de drogas
mexicano Mario, cuando recordé el show de Arizona.
Por entonces, mi banda, los Red Hot Chili Peppers, ya teníamos un álbum sacado, y nosotros estábamos pensando en ir a grabar nuestro segundo disco a Michigan, pero primero, Lindy, nuestro manager, nos había reservado una actuación en Arizona en una discoteca de un restaurante especializado en bistecs. El promotor era un fan nuestro y él iba a pagarnos más de lo que cobrábamos y todos nosotros necesitábamos el dinero, así que estuvimos de acuerdo en actuar. Excepto que yo estaba hecho trizas. Solía estarlo cuando bajaba al centro y quedaba con Mario. Era un gran personaje, delgado, nervudo y astuto mexicano, que lucía como una ligera fuerte versión de Gandhi.
Él usaba grandes gafas, y no lucía como un vicioso o una imponente persona, pero siempre que nos inyectásemos cocaína o heroína haría sus confesiones: "Tuve que herir a alguien. Soy un cumplidor de trabajos para la mafia Mexicana. Recibo estas llamadas de la mafia mexicana e incluso no quiero saber los detalles, solo hago mi trabajo, pongo a la persona fuera de comisión y consigo mi paga." Tú nunca sabías si algo de lo que él decía era verdad.
Mario vivía en una vieja vivienda de ladrillos en el centro, compartiendo su sórdido departamento con su anciana madre, quien se sentaba en una esquina de su diminuta sala de estar, viendo silenciosamente telenovelas Mexicanas.
De cuando en cuando, habrían arrebatos de discusiones en español, y yo le preguntaría si nosotros debíamos hacer drogas ahí (tenía una gran pila de drogas, jeringas y algodones sobre la mesa de la cocina).
Me dijo: “No te preocupes. Ella no puede ver ni escuchar, no sabe qué es lo que estamos haciendo”. Entonces yo me mandaba speedball con la abuelita en la habitación de al lado. Mario no era en realidad un traficante de droga de venta al público, era un enlace a los mayoristas, así que tú conseguías grandes dosis de drogas por tu dinero, pero tenías que compartir tus drogas con él. Las cuales estábamos haciendo ese día en su pequeña cocina.
El hermano de Mario había salido de prisión recientemente y estaba justo ahí con nosotros sentado en el suelo, y gritando cada vez que fallaba al no hallar una vena de su pierna. Era la primera vez que veía a alguien que se había quedado sin el verdadero estado útil en sus brazos y se sometía a pincharse una pierna para la dosis.
Nosotros estuvimos haciendo lo mismo durante días, incluso mendigamos dinero una vez en la calle para conseguir más coca. Pero ahora eran las 4:30 de la mañana y me di cuenta que teníamos que actuar esa noche.
"Es hora de comprar algo de droga, porque necesito conducir hasta Arizona y no me siento muy bien”, decidí ir.
Así que Mario y yo nos subimos a mi cutre trozo de chatarra Studebaker Lark verde y conducimos a una oscura, profunda y poco amistosa parte del guetto del centro de la ciudad en el que nosotros estábamos ya dentro; una calle en la que tú solo no querías estar, excepto por los precios, que aquí eran los mejores.
Nos estacionamos y caminamos unas pocas manzanas hasta que llegamos a una vieja edificación ruinosa. Mario me dijo: “Confía en mí. No quieres entrar ahí. Cualquier cosa que puede pasar dentro no va a ser buena, así que dame el dinero y yo conseguiré la mercancía."
Una parte de mi estaba fuera de sí. "Dios, no quiero morir justo aquí ahora. El no lo había hecho antes, pero yo no me interpondría en su camino."
Pero por otro lado, la mayor parte de mí solo quería esa heroína, así que saqué los últimos cuarenta dólares que tenía guardados, se los dí y desapareció en el edificio.
Yo había estado dándole a la coca durante tantos días directamente que estaba alucinando, en un extraño limbo entre la consciencia y el sueño. Todo lo que podía pensar era que realmente la necesitaba para salir de ese edificio con mis drogas.
Me saqué mi preciada posesión, mi añeja chaqueta de cuero. Años atrás Flea y yo gastamos todo nuestro dinero en estas correspondientes chaquetas de cuero; esta chaqueta se había convertido en una casa para mí. Ella almacenaba mí dinero y mis llaves y en un pequeño bolsillo elegante secreto, mis jeringuillas.
Ahora estaba tan cansado y con frío que solo me senté en la acera, me puse la chaqueta sobre mi pecho y mis hombros como si fuera una manta. “Vamos Mario. Vamos. Tienes que bajar ahora mismo”.
Lo imaginé saliendo de esa edificación con un ánimo radicalmente distinto en su paso, viniendo del hundimiento, pasando del tipo decaído al tipo saltarín…
Yo había cerrado mis ojos durante un instante cuando sentí una sombra viniendo sobre mí. Miré sobre mi espalda y vi que un grande, pesado, sucio y loco Indio Mexicano venía hacia mí con un par de grandes navajas. Me di vuelta, así que arqueé mi espalda tan hacia delante como pudiera para escapar de su estocada. Pero de repente un escuálido y pequeño bastardo mexicano saltó en frente mío, sosteniendo una amenazante navaja.
Tomé una decisión instantánea, la cuál era no tomar la decisión teniendo a este gran tipo detrás de mí, yo prefería usar mis posibilidades con el asesino que tenia en frente mío.
Todo esto estaba pasando muy rápido, pero cuando te enfrentas con tu propia muerte, entras a un mundo en donde las emociones van más lentas y donde obtienes la cortesía del universo expandiendo el tiempo para ti. Así que salté hacia arriba y, con mi chaqueta de cuero, se la arrojé al tipo flaco.
Empujé la chaqueta sobre él y reprimí su puñalada, entonces la solté y corrí fuera de ahí como un esclavo romano. Corrí y corrí, y no paré hasta llegar al lugar en donde mi auto estaba estacionado. Pero cuando llegué al lugar me di cuenta de que no tenía las llaves, no tenía la chaqueta, no tenía dinero, no tenía mis jeringas y lo peor de todo no tenía droga. Y Mario no era el tipo de venir a buscarme. Así que me puse a caminar para la casa de Mario pero no había nadie.
Ahora el sol se había puesto y se suponía que nosotros debíamos salir hacia Arizona en una hora.
Fui a una cabina de teléfono, encontré algo de cambio y llamé a Lindy.
“Lindy, estoy tirado en Séptimo y Alvarado, no he dormido nada durante un rato y mi coche está aquí pero no tengo las llaves, ¿Puedes recogerme en el camino hacia Arizona?”
Él estaba acostumbrado a esas llamadas angustiadas de Anthony, así que en una hora, ahí estaba ya nuestra Van azul en la esquina, con nuestros equipos y los demás chicos de la banda. Y un pasajero asqueroso, triste, y trastornado subió abordo. Inmediatamente sentí una recepción fría de la banda, así que sólo me tiré al suelo bajo los asientos de banco, coloqué mi cabeza entre la columna de dos asientos y me puse a dormir.
Horas después, desperté mojado con el sudor, porque estaba apoyado sobre la parte superior del motor que tenía por lo menos unos 115º. Pero me sentía bien.
Flea y yo dividimos una tableta de LSD y rockeamos como locos en Arizona. 


5 comentarios:

  1. buena tripa, buen gusto paradalcidos.

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  2. Gracias Coyote... "True men don´t kill coyotes"... un abrazo!

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  3. PORFAVOR! sube otros capitulos,DESEO leer este libro hace mucho tiempo y no lo encuentro por ningun lado :(

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  4. genial! esperemos mas cpitulos xq no todos pudims conseguir el libro d anthony :(

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