sábado, 17 de marzo de 2012

La finura de sus tobillos



Inmerso en una ilusión pintoresca, se aproximó lentamente. Como un tanguero entrado en copas, fue zigzagueando al encuentro con aires de galán.
No manejaba dinero para ofrendas rojas, pero hoy la iba a sorprender.
Fabricó una sonrisa encantadora y comenzó a reproducir con su boca los vientos de Four O'clock Drag.

Ella, rutinaria, lo observó con ternura y empezó a agitar esos frasquitos graciosos llenos de puntitos de colores.
Francisco se sentía especialmente atraído por la finura de sus tobillos, y ante su doble presencia matinal no pudo más que llevarse la mano al corazón y susurrar: – Vayamos de la mano princesa, liberemos los leones del zoológico y que se vaya todo al carajo.
Al oírlo, ella sonrió un tanto lejana y devolvió el cumplido con un aliciente de nicotina – No tenés fuego, fumalo así nomás.
Él se mandó el pucho a la boca, no sin antes olfatearlo con desconfianza y se fue alejando de la compostura –Te me cagas de risa- llorisqueó – Vos, querida, pensas que soy un gil, pero yo sé todo. Entiendo que dormís de noche y no cocinas planes para acabar con alguna de tus vidas como acá hacemos todos. 

Elena se ofuscó – Hablas sin saber. Toma la azul que esta bonita, ahí tenés el vaso zonzo.

Pebeta –dijo sobrador – a otro perro con ese hueso. Es una cuestión de grados, hoy los dos vinimos de blanco y ese, te guste o no, es un primer paso.

Acomodándose el pelo con un movimiento sensual ella asintió con la cabeza acortando distancias y salvaguardando el orgullo – Francisco, usted me subestima, no voy a seguir todos los días de mi vida así. Te escucho con atención, a todos los de por acá los escucho, y a veces me dan ganas de fumar sin humo porque es mucho más sano.

Entonces escucha – secreteo él, en tono de complicidad – Voy a presentar un proyecto para que el Patio Olmos sea un museo Maradoniano. Ya es hora de que esos radicales embadurnados de mierda aristocrática dejen de cruzar la calle en diagonal.

Elena suspiró y se dispuso a partir –Te confieso que hay veces que se afiebra la sien y quiero vomitar clavos cuando siento el olor añejo de la sociedad en la piel. Pero no puedo apurarlo.

-No te animas princesa

-No seas engreído, solo te pido que tengas paciencia – Elena se levantó acercándose a la salida - ¿Vas a estar mañana?

- Es probable que pase, tengo algunos asuntos por aquí

Ante semejante respuesta, el cuerpo de ella se volvió esponjoso e inestable. Elena volvió unos pasitos desde el umbral de la puerta:

Francisco te voy a pedir algo. Cuando vayamos a liberar los leones también quiero pasar por la jaula de los tigres, siempre me gustaron sus rayas en libertad.

Con los ojos húmedos, Francisco aceptó el pedido y de un impulso empezó a organizar la odisea en unos papelitos de caramelo. Mientras tanto, ella se alejaba por el largo pasillo dispuesta a seguir repartiendo esos puntitos de colores en aquel lugar habitado solo por hombres de blanco.



                                                                                                          E.A

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