miércoles, 1 de diciembre de 2010

pRimEr pAso dE dICiemBRE: Yo Ni BiBLiotECa

siETE pASOS empezó a desclasificar la biblioteca de Yo Ni, y se encontró con algunos textos del Che y sobre el Che… Acá les adelantamos patas arriba, cual cronopios enferneticados adentro del reloj del Che[1],  un cuento escrito –sí, un cuento- por el mismo Guevara… y un fragmentísimo del trabajo de Néstor Kohan sobre su teoría y praxis política.


El cachorro asesinado (Pasajes de la Guerra Revolucionaria)

Para las difíciles condiciones de la Sierra Maestra, era un día de gloria. Por Agua Revés, uno de los valles más empinados e intrincados en la cuenca del Turquino, seguíamos pacientemente la tropa de Sánchez Mosquera; el empecinado asesino dejaba un rastro de ranchos quemados, de tristeza hosca por toda la región pero su camino lo llevaba necesariamente a subir por uno de los dos o tres puntos de la Sierra donde debía estar Camilo. Podía ser en el firme de la Nevada o en lo que nosotros llamábamos el firme «del cojo», ahora llamado «del muerto».

Camilo había salido apresuradamente con unos doce hombres, parte de su vanguardia, y ese escaso número debía repartirse en tres lugares diferentes para detener una columna de ciento y pico de soldados. La misión mía era caer por las espaldas de Sánchez Mosquera y cercarlo. Nuestro afán fundamental era el cerco, por eso seguíamos con mucha paciencia y distancia las tribulaciones de los bohíos que ardían entre las llamas de la retaguardia enemiga; estábamos lejos, pero se oían los gritos de los guardias. No sabíamos cuántos de ellos habría en total. Nuestra columna iba caminando dificultosamente por las laderas, mientras en lo hondo del estrecho valle avanzaba el enemigo.
Todo hubiera estado perfecto si no hubiera sido por la nueva mascota: era un pequeño perrito de caza, de pocas semanas de nacido. A pesar de las reiteradas veces en que Félix lo conminó a volver a nuestro centro de operaciones —una casa donde quedaban los cocineros—, el cachorro siguió detrás de la columna. En esa zona de la Sierra Maestra, cruzar por las laderas resulta sumamente dificultoso por la falta de senderos. Pasamos una difícil «pelúa», un lugar donde los viejos árboles de la «tumba» —árboles muertos— estaban tapados por la nueva vegetación que había crecido y el paso se hacía sumamente trabajoso; saltábamos entre troncos y matorrales tratando de no perder el contacto con nuestros huéspedes. La pequeña columna marchaba con el silencio de estos casos, sin que apenas una rama rota quebrara el murmullo habitual del monte; éste se turbó de pronto por los ladridos desconsolados y nerviosos del perrito. Se había quedado atrás y ladraba desesperadamente llamando a sus amos para que lo ayudaran en el difícil trance. Alguien pasó al animalito y otra vez seguimos; pero cuando estábamos descansando en lo hondo de un arroyo con un vigía atisbando los movimientos de la hueste enemiga, volvió el perro a lanzar sus histéricos aullidos; ya no se conformaba con llamar, tenía miedo de que lo dejaran y ladraba desesperadamente.
Recuerdo mi orden tajante: «Félix, ese perro no da un aullido más, tú te encargarás de hacerlo. Ahórcalo. No puede volver a ladrar.» Félix me miró con unos ojos que no decían nada. Entre toda la tropa extenuada, como haciendo el centro del círculo, estaban él y el perrito. Con toda lentitud sacó una soga, la ciñó al cuello del animalito y empezó a apretarlo. Los cariñosos movimientos de su cola se volvieron convulsos de pronto, para ir poco a poco extinguiéndose al compás de un quejido muy fijo que podía burlar el círculo atenazante de la garganta. No sé cuanto tiempo fue, pero a todos nos pareció muy largo el lapso pasado hasta el fin. El cachorro, tras un último movimiento nervioso, dejó de debatirse. Quedó allí, esmirriado, doblada su cabecita sobre las ramas del monte.
Seguimos la marcha sin comentar siquiera el incidente. La tropa de Sánchez Mosquera nos había tomado alguna delantera y poco después se oían unos tiros; rápidamente bajamos la ladera, buscando entre las dificultades del terreno el mejor camino para llegar a la retaguardia; sabíamos que Camilo había actuado. Nos demoró bastante llegar a la última casa antes de la subida; íbamos con muchas precauciones, imaginando a cada momento encontrar al enemigo. El tiroteo había sido nutrido pero no había durado mucho, todos estábamos en tensa expectativa. La última casa estaba abandonada también. Ni rastro de la soldadesca. Dos exploradores subieron el firme «del cojo», y al rato volvían con la noticia: «Arriba había una tumba. La abrimos y encontramos un casquito enterrado». Traían también los papeles de la víctima hallado en los bolsillos de su camisa. Había habido lucha y una muerte. El muerto era de ellos, pero no sabíamos nada más.
Volvimos desalentados, lentamente. Dos exploraciones mostraban un gran rastro de pasos, para ambos lados del firme de la Maestra, pero nada más. Se hizo lento el regreso, ya por el camino del valle.
Llegamos por la noche a una casa, también vacía; era en el caserío de Mar Verde, y allí pudimos descansar. Pronto cocinaron un puerco y algunas yucas y al rato estaba la comida. Alguien cantaba una tonada con una guitarra, pues las casas campesinas se abandonaban de pronto con todos sus enseres dentro.
No sé si sería sentimental la tonada, o si fue la noche, o el cansancio... Lo cierto es que Félix, que comía sentado en el suelo, dejó un hueso. Un perro de la casa vino mansamente y lo cogió. Félix le puso la mano en la cabeza, el perro lo miró, Félix lo miró a su vez y nos cruzamos algo así como una mirada culpable. Quedamos repentinamente en silencio. Entre nosotros hubo una conmoción imperceptible. Junto a todos, con su mirada mansa, picaresca con algo de reproche, aunque observándonos a través de otro perro, estaba el cachorro asesinado.





El Che Guevara y la filosofía de la praxis.

Como a todos los revolucionarios –muchos de ellos y ellas anónimos, que no tuvieron la suerte de ser conocidos como el Che pero sin duda alcanzaron su misma estatura moral- se los ha tratado de manipular, de trivializar. Se los ha querido convertir en objetos de consumo y revival. Que nunca lo logren sólo depende de nosotros, de nuestra lucha, de la capacidad que tengamos para que sigan acompañándonos no desde las vidrieras ni las librerías del Shopping sino desde la calle, el colegio, la fábrica, la universidad, las movilizaciones.
El estudio del Che necesariamente nos remite a una lucha por su herencia, a un combate. En esa pelea, la apropiación burguesa del Che reposa sobre tres tipos de operaciones ideológicas:
En primer lugar, se lo intenta desvincular de la revolución cubana, de su dirección revolucionaria –que él contribuyó a crear y de dónde emergió como cuadro y dirigente- y del innegable impulso que aquella dio a la revolución continental. En segundo lugar, se pretende presentarlo como un empirista y un pragmático, absolutamente desprovisto de cualquier nexo con la teoría social y la filosófica marxista. Y en tercer lugar, se lo convierte en un mito e imagen, desligados de su proyecto, y a los cuales se reverencia “independientemente de sus ideas” o “a pesar de ellas”.
Esta última operación es quizás la mas fácilmente identificable. En las revistas, diarios, TV y cine –privilegiados espacios de construcción hegemónica- Guevara se ha convertido en el póster de un rockero pelilargo y con boina, un héroe romántico, un aventurero mitológico o utópico, un Robin Hood, un Don Quijote, un cristo laico o un simpático idealista. Inalcanzable, siempre bello y bien lejos de la tierra, por lo tanto inservible e inoperante para la cotidianeidad. Y además, siempre derrotado. El Cine, para dar un solo ejemplo- privilegia invariablemente las derrotas de los revolucionarios. ¿Por qué se hacen tantas películas sobre la derrota española ante Franco y ninguna sobre la victoria de Viet-Nam, o de Cuba? Desmoralizar y desmovilizar al enemigo –el pueblo, la juventud- es la gran consigna de guerra. El Che no fue inmune a esa estrategia. Bolivia y La Higuera predominan sobre Santa Clara y La Habana. Admirarlo si, pero no seguir su ejemplo.
Recuperar al Che para el campo popular y revolucionario implica entonces comenzar –apenas comenzar, en esa precaria etapa estamos- a desmontar esa sistemática e inescrupulosa apropiación. Pero también obliga a polemizar con la neutralización y el congelamiento que le han impuesto mas de una corriente de Izquierda. Ya sea los que lo reivindican folklóricamente como figura inofensiva y tranquilizadora para aplacar conciencias a través de toda una serie de fantasías compensatorias o los que lo cuestionan por su supuesto “foquismo ultraizquierdista” (pequeño burgués desesperado, populista sin confianza en el proletariado puro, en el partido de Vanguardia, etc., etc.).
Tratando de ubicarnos en esa doble disputa, y subrayando la continuidad metodológica entre la ruptura teórico-política que produjo Marx y las que a su turno incentivaron Lenin, Mariategui y el Che –sin olvidarnos de otros dirigentes y pensadores antiburocráticos, aunque no los analicemos en este libro- intentaremos señalar ciertos núcleos conceptúales de su pensamiento teórico. Apenas fragmento de un estudio sistemático que sigue pendiente para las nuevas generaciones. (Páginas 20-21)… y sigue con índice y todo hasta la 369. Un librazo para empezar a conocer al Che en profundidad. 
KOHAN, Néstor: Ernesto Che Guevara. El Sujeto y el poder. Prólogo de Michel Löwy. Nuestra América. Buenos Aires. 2005.


[1] Dicen que el Reloj del Che adelantaba, como el de Franz Kafka.

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