martes, 1 de febrero de 2011

1º PAso de FEb: GRacias POr El FUeGo. (como anillo al dedo paRa FEDErico LUppI )

Libros que tiñen la realidad de ficción, páginas caprichosas que dejan de ser reflejos para convertirse en lugares comunes. Libros que van y vienen, que se elevan al cielo lirico para hablar de la tierra negra
Me gusto y lo hice, robe un fragmento de “Gracias por el fuego” de Mario Benedetti. Lo hice, “mal hecho”  me jetoneó la vocecita molesta de la conciencia, y si, la culpa de descontextualizar. Pero bueno che tanto escándalo, justamente ese es el merito de este pequeño dialogo, no hace falta saber todo lo que esta atrás ni lo que viene por delante, ¿Por qué? Fácil: vivimos en una coqueta sociedad mercantilizada, fría y calculadora que repite cositas así bastante seguida.
A lo nuestro. Situación familiar, EMPLEADOR (huelga de por medio) EMPLEADO
SIRO BO
                                                                                  

-Sin embargo, para usted hubiera sido fácil solucionarlo todo.
-No quiero discutir eso. Me consta que la huelga se inició en las reuniones convocadas por tres funcionarios administrativos.
-Yo fui uno de ellos, si es eso lo que quiere saber.
-Ya me lo imaginaba, pero no me preocupa. Usted es ahora casi patrón, de modo que se acabaron las huelgas.
-¿Sí?
-En cuanto a los otros dos, tengo mis sospechas. He recibido algunos informes, algunas cartas anónimas denunciando a éste o a aquél. En total, los denunciantes mencionan diez o doce nombres. Todos sospechables, claro. Pero no quisiera cometer nuevas injusticias
-¿En concreto, señor?
-En concreto, y pienso que no es mucho pedir, preferiría que usted me indicase esos dos nombres. A usted le tengo confianza. Sé que no me va a mentir.
-¿Para sancionarlos?
-En principio, sí. No quiero perjudicar a diez o doce, entre los que caerían algunos inocentes.
-Oiga, ¿por quién me toma?
-Cuidado.
-¿Eh? ¿Por quién me toma?
-Cuidado.
-¿Usted cree que por unos mugrientos pesos más...?
-Digamos quinientos más por mes.
-¿Usted cree que por unos mugrientos quinientos pesos o los que sean, yo voy a hundir a dos amigos, a dos buenos tipos que lo único malo que han hecho es privarle a usted, señor, de dos meses de su podrida ganancia? Claro, usted tiene la plata y basta. Pues métasela donde le quepa, señor.
-Así que...
-¿Así que qué?
-¿Así que usted cree en las palabras con mayúscula, usted cree en la solidaridad?
-¿Y usted no?
-Mire, Villalba, usted está decidido a romper conmigo y yo tengo el modo de taparle la boca.
-Sí, ya sé. Todo tiene su precio. ¿Es eso?
-¿Usted no? Lo felicito, hombre. Pero ahora felicíteme a mí, por mi servicio de inteligencia. Hace mucho que sé quiénes son los tres buenos muchachos: usted, Sánchez y Labrocca.
-¿Y entonces?
-Entonces me gusta probar a la gente, me gusta ver cómo la plata borra las palabras. La palabra solidaridad, por ejemplo. ¿Ve esta carta? ¿Sabe qué es? ¿No sabe? Es una declaración firmada por Sánchez y Labrocca, en la que lo acusan a usted de ser el principal instigador de la huelga.
-¿A quién va a hacerle creer eso?
-A usted. ¿Conoce las firmas de Sánchez y Labrocca?
Bueno, entonces fíjese. ¿Qué le parecen esos buenos muchachos? ¡Y si viera qué barato! ¿Y? ¿Qué me dice?
-Nada.
-Vamos, no quiera hacerme creer que los justifica.
-No, no los justifico. Pero, ¿sabe una cosa? En esta circunstancia me siento fuerte. Pero supongo que habrá un límite para seguir sintiéndome fuerte. Ellos fueron débiles antes que yo. Peor para ellos. Nada más, ¿comprende? Tres tipos pueden ser leales, pero leales en la tranquilidad, durante el entusiasmo. Sin embargo, uno puede convertirse en traidor con un simple puñetazo en el estómago; otro, más curtido, sólo cuando le arranquen las uñas; otro, el más heroico, sólo cuando le quemen los testículos. En el termómetro de la fidelidad, siempre hay un punto de ebullición en que el hombre es capaz de vender a la madre.
-No vaya demasiado lejos en su teoría. Yo sólo les ofrecí cuatrocientos pesos a cada uno.
-Ya ve, ni siquiera ha empleado el puñetazo en el estómago y ya ha conseguido dos traiciones.
 -De todos modos, mi oferta sigue en pie.
-No me extraña.
-Creo que no hay motivo para que usted siga teniendo escrúpulos. Ellos no los tuvieron.
-Cierto. Usted encontró fácilmente el punto de ebullición.
-Entonces, ¿de acuerdo?
-No. No puede ser. El mayor daño que usted podría infligirme, sería hacerme sentir asco de mí mismo. Y temo que si usted sigue subiendo sus ofertas, si usted sigue prometiéndome el lujo, la comodidad y el poder que ellas implican, terminaré por ceder, porque quién sabe si en el fondo no soy un cómodo, un ambicioso, y eso sería repugnante. Me conozco lo suficiente como para saber que no podría tolerarme.
-Pero ¿por qué? No es malo ser ambicioso.
-Claro que no.
-No es malo ser cómodo.
-Seguro que no. ¿Sabe qué es lo único malo?
-No
-Ser un hijo de puta como usted, señor.
 













Gracias Emi. A.

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