miércoles, 24 de noviembre de 2010

Coltrane es violento


Como quien no quiere la cosa, caminamos por el Manhattan de principios de los 60. Visiblemente no es lo que era 14 años atrás, auráticamente tampoco. Avanzamos sobre la Calle 52 y nos detenemos en las puertas de un tal Birdland, donde se nos dibuja una sonrisa, nos tiemblan las piernas y nos preocupa el corazón. Entramos.
Con el primer paso, alguien comienza a sonar y todo se transforma en un pasillo de lentas, suaves y marcadas melodías. Ritmos de salón que nada tienen que ver con la mugre de un bar en pleno New York de finales de los 40, donde se respiraba heroína, y en cada mesa se comían notas a mansalva entre los choques bestiales de las copas cajas registradoras sonando y la humareda necesaria para los bienvivientes.
Si seguimos el paso por 5 minutos dentro de sus paredes, notamos como un halo de violencia empieza a asomarse. La mugre del lugar va tomando color y el salón, ese que a Cole Porter o cualquier membresía del Broadway pulcro de la pre guerra entusiasmaba, se va cayendo pieza por pieza. Sin desmerecer a tales genios, pero esto es otra cosa. Entraña viva, sin perfume. 
Es que Birdland fue eso, mugre y entelequia, supremacía violenta en melodías viscerales dedicadas a destruir la superproducción estrafalaria, el sueño americano, la pulcritud danzante, la hipocresía de las estrellas con gomina, las tragedias disimuladas y las palabras estiradas junto con el dólar marcado. Birdland trajo un cable a tierra y dejó a Coltrane en 1963, soleando durante 3 minutos seguidos una pulmonada que nos desahogaba. Con este comentario borro 20 años de vida proletaria y creación gloriosa dentro del jazz, pero mi herejía se justifica.
Son sólo 3 minutos de gloria ardiente que quema, que pega. 
Trane demuestra lo que es la verdadera y pura violencia; poética, agradable, que te paraliza y te suelta. 
Donde se olía heroína, ahora (en 1963) no se a que huele, porque el que toca es un rehabilitado y tal vez por eso suene violento, tal vez por eso sea poesía. Nada tiene sentido si no lo escuchan. Todo tiene sentido si lo hacen. 
La frase final del solo, donde con elegancia se encaja el sombrero, se pone el sobretodo y entran los tres restantes (Tyner, Garrison y Jones) con los aplausos de los fantasmas presentes, nos trae a la realidad: Coltrane rompe los límites clasistas del artificio millonario y el sudor artístico que el Birdland creó y crió.
Más violento que esto, no hay.

Horacio Verwhisky.


I want to talk about you
(de Billy Eckstine).
Live at Birdland, 1963.
John Coltrane: Saxo Tenor.
Mccoy Tyner: Piano.
Jimmy Garrison: Contrabajo.
Elvin Jones: Batería.
Sello: Impulse.
                                                              




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